Cuando Abel adoró a Caín
Empezaremos por el final: los progresistas de la doctrina woke, con su activismo moralista y puritano se escandalizaron con la publicación de Carano porque colocó un espejo en el que verse reflejados delante de sus narices. Recuerden esto, y ahora vayamos al inicio.
Just as every cop is a criminal
And all the sinners saints
The Rolling Stones ~ Sympathy for the Devil
Hace pocos meses la actriz Gina Carano fue despedida por Disney de su papel en la serie The Mandalorian por una publicación en su cuenta de Instagram que rezaba lo siguiente: “Los judíos fueron golpeados en las calles, no por los soldados nazis, sino por sus vecinos… incluso por niños. Debido a que la historia se edita, la mayoría de la gente hoy en día no se da cuenta de que para llegar al punto en que los soldados nazis pudieran arrestar fácilmente a miles de judíos, el gobierno primero hizo que sus propios vecinos los odiaran simplemente por ser judíos. ¿En qué se diferencia eso de odiar a alguien por sus opiniones políticas?”.
Esta publicación provocó una inmensa cantidad de furia e indignación a los Guerreros de la Justicia Social con sede y altavoz en redes sociales como Twitter, siempre dispuestos a exponer al mundo su ficticia superioridad moral a cambio de destrozarle la vida al prójimo, provocando su despido y marginación social. Puede que la caza de brujas que se llevó a cabo con Carano tuviera como única motivación el odio político hacia alguien que no comulga con la doctrina de la corrección política y muestra sus simpatías hacia el partido republicano. Al fin y al cabo, se ha revelado que Disney llevaba planeando despedir a la actriz desde cinco meses antes. Sin embargo, ¿por qué se decidieron en ese momento? ¿por qué con esta publicación? Después de todo, no parece que sea una de sus declaraciones más polémicas. Podrían haber tomado la decisión con sus tuits sobre las restricciones de libertad por el coronavirus o sobre la necesidad de investigar las alegaciones de fraude electoral en las elecciones de 2020. Si se hubiera hecho así tampoco habría sido razonable, no me malentiendan, pero al menos habría mantenido algo de coherencia con la histeria colectiva que se ha instalado en los círculos progresistas más devotos del nuevo culto. De modo que, ¿por qué ahora? Puede que el motivo sea más complicado de lo que parece.
Empezaremos por el final: los progresistas de la doctrina woke, con su activismo moralista y puritano se escandalizaron con la publicación de Carano porque colocó un espejo en el que verse reflejados delante de sus narices. Recuerden esto, y ahora vayamos al inicio.
Puede que el tema del mal sea uno de los que más incomodidad generan entre la población en general. Solemos señalar aquellos momentos históricos en los que se cometieron los mayores horrores que la humanidad haya podido perpetrar, como puede ser la Alemania nazi (de la Unión Soviética o la China comunista no hablamos, no vaya a ser que se ofenda alguien). No obstante, solemos referirnos a esto como si nos tapásemos los ojos con una mano, como si no quisiéramos verlo realmente. Por eso utilizamos términos más o menos genéricos como los nazis, los comunistas, los fascistas (cuando lo que realmente queremos decir es “los malos”), o, tal y como acabo de hacer yo ahora, la humanidad. También podemos hacer lo contrario, aunque siempre manteniendo la venda en nuestros ojos, señalando a una sola persona que sirva de chivo expiatorio para perdonar a todos los demás. Adolf Hitler, Mussolini, Pol Pot, Stalin, Lenin, etc…. Por supuesto, estos personajes, asesinos, tuvieron una gran responsabilidad en la gran masacre que supuso el experimento colectivista que fue el siglo XX. Sin embargo, señalando exclusivamente a estos y utilizando esos términos genéricos, en algunos casos casi abstractos, antes mencionados, estamos evitando tocar el tema con verdadera profundidad.
La persona utiliza estos recursos para huir. ¿De qué? O mejor dicho ¿De quién? Pues ni más ni menos que de sí mismo, y no extraña. El monstruo en que es capaz de convertirse la persona ya viene registrado desde uno de los relatos mitológicos (o religiosos si se prefiere) más antiguos e importantes de nuestra civilización, que es el de Caín y Abel, que tiene su explicación a partir del relato anterior, el de Adán y Eva. La serpiente ofrece el fruto del árbol a los primeros padres y, a partir de este momento, el ser humano toma consciencia de la diferencia entre el bien y el mal, de la tremenda responsabilidad que esto conlleva, de la necesidad de construir un sistema moral y, antes que eso, de su desnudez, de su vulnerabilidad, de su condición mísera y lamentable. No en vano el Génesis dice: “La mujer se fijó en que el árbol era bueno para comer, atractivo a la vista y que aquel árbol era apetecible para alcanzar sabiduría; tomó de su fruto, comió, y a su vez dio a su marido que también comió. Entonces se les abrieron los ojos y conocieron que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron. Y cuando oyeron la voz del Señor Dios que paseaba por el jardín a la hora de la brisa, el hombre y su mujer se ocultaron de la presencia del Señor Dios entre los árboles del jardín. El Señor Dios llamó al hombre y le dijo:
— ¿Dónde estás?
Este contestó:
— Oí tu voz en el jardín y tuve miedo porque estaba desnudo; por eso me oculté.”
De modo que el hombre toma consciencia de su desnudez y siente la suficiente vergüenza como para ir a ocultarse, como para pensar que ni Dios mismo debería ver su imperfección, su decrepitud, su patetismo y vulnerabilidad, y a partir de ese momento el mundo deja de ser ese Edén idílico, convirtiéndose en uno en el que se le diga al hombre: “Maldita sea la tierra por tu causa. Con fatiga comerás de ella todos los días de tu vida. Te producirá espinas y zarzas, y comerás las plantas del campo. Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste sacado, porque polvo eres y al polvo volverás”. Para colmo, encima, el hombre se vuelve mortal o, al menos, adquiere conciencia de su mortalidad. Aquel fue un día productivo para nuestros primeros padres.
De ahí en adelante la cosa solo fue a peor, y todo ese resentimiento, esa frustración, ese odio y esa impotencia llevan a Caín a asesinar de forma despiadada a su hermano Abel. El mismo sentimiento de vulnerabilidad que llevó a Adán a ocultarse de Dios fue el que produjo el fratricidio. Si no fuera por el sentimiento de inferioridad que sentía Caín, por su miseria y actitud patética, Abel no habría muerto de ese modo. Caín, queriendo aparentar su superioridad moral, no dudó en destrozar la vida del prójimo. Puede que no fuese el primer pecado de la historia, pero sí el primer crimen, y presenta muchos parecidos con el activismo de nuestros Guerreros de la Justicia Social.
A partir del pecado original, la mitología cristiana presenta la historia como un proceso de caída del hombre, de desdicha (con el ya citado caso de Caín y Abel, el diluvio universal, la torre de Babel, esclavitud en Egipto) que experimenta un primer resurgir con Moisés, al conseguir establecer la codificación semántica de un sistema moral al que adherirse. Sin embargo, esto no parece ser suficiente (aunque sí lo bastante estable como para mantener la identidad del pueblo judío a lo largo de miles de años). La obra no está completa. Para el cristianismo, por tanto, ese ciclo histórico que se inicia con la incorporación de la consciencia de Adán y Eva se cumple con la aparición de Jesucristo, el Hijo Divino, uno de las figuras míticas presentes en toda narración mitológica (el equivalente a Horus, Marduk, etc…) tal y como explica Jordan B. Peterson en su obra “Mapas de sentidos: la arquitectura de la creencia”, que utilizaremos como referencia de aquí en adelante. El Hijo Divino es fruto de la unión entre la Gran Madre (virgen María) y el Gran Padre (Dios a través del Espíritu Santo). Es aquel que se enfrenta al caos, al monstruo terrible, al dragón que guarda el tesoro, al basilisco o, en este caso, a la muerte, para construir un nuevo orden a partir de su victoria: la cultura, la seguridad para el pueblo, la princesa o el tesoro que eran custodiados por el dragón, la estabilidad en Hogwarts o la salvación eterna. Por todo ello, Jesucristo es el arquetipo de hombre el perfecto, que marca una senda por la que marchar, un nuevo código moral, derribando algunos aspectos de la antigua moral tradicional: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, si no es a través de mí.” En cierto modo, tal y como dice Peterson: “Cristo, de hecho, parece un segundo Moisés, que ofrece un reino espiritual como versión final de la tierra prometida por Dios a los israelitas”.
De este modo, tal y como hemos visto, la filosofía cristiana parte de la idea de que el ser humano es pecaminoso por naturaleza, y que no es sino imitando a Cristo como puede redimirse. Esta visión contrasta de lleno con la filosofía del hombre moderno, que parte de la afirmación de Rousseau de que “El hombre es bueno por naturaleza, es la sociedad la que lo corrompe”. Desgraciadamente, esta afirmación no se ha quedado simplemente para páginas web de frases bonitas, sino que ha trascendido, llegando a influir el modo en que se ha educado a dos generaciones de ciudadanos occidentales. En efecto, hemos enseñado a nuestros jóvenes que ellos son perfectos y maravillosos, que deben aceptarse tal y como son, que si se proponen algo, lo que sea, con el simple deseo pueden conseguirlo y que, en consecuencia, si algo va mal, o no sale tal y como esperaban, no es culpa suya, sino de la sociedad, del sistema. Una buena forma de crear una generación de resentidos.
El individuo moderno se encuentra en una situación en la que cree haber matado a Dios con su racionalismo intransigente, pero, al hacer esto, también se ha llevado por delante el sistema moral que representaba ese arquetipo de hombre perfecto, Jesucristo, y en parte, esto es culpa de la propia Iglesia. Tal vez esto de para otra conversación distinta, pero me contentaré por colar por aquí el siguiente extracto de Nietzsche en “El nacimiento de la tragedia”:
“Pues esta es la manera como las religiones suelen fallecer: a saber, cuando, bajo los ojos severos y racionales de un dogmatismo ortodoxo, los presupuestos míticos de una religión son sistematizados como una suma acabada de acontecimientos históricos, y se comienza a defender con ansiedad la credibilidad de los mitos, pero resistiéndose a que estos sigan viviendo y proliferando con naturalidad, es decir, cuando se extingue la sensibilidad para el mito y en su lugar aparece la pretensión de la religión de tener unas bases históricas.”
De modo que Dios está muerto, o al menos eso cree el hombre moderno, y con él toda legitimidad no ya solo del sistema moral vigente, sino de todo sistema moral. Puede que Cristo haya muerto, pero no la necesidad de la persona de identificarse con él. Incluso el propio Nietzsche se percató de ello, tal y como ya hemos mencionado en alguna otra ocasión, y es por ello por lo que se embarca en la creación de un nuevo sistema moral a través, en su obra, de una figura mesiánica: Zaratustra.
El psicólogo suizo Jean Piaget también descubrió lo mismo que el genio alemán mediante sus estudios de los juegos en la infancia a través del establecimiento de las reglas. Piaget identificó cuatro pasos:
Juego individual, sin reglas colectivas, aunque sí sujeta a “los dictados de sus deseos y costumbres motrices”. (Un niño experimentando con unas canicas)
Juego egocéntrico, en el que el niño recibe las reglas del exterior y actúa por imitación, aunque sin buscar compañeros de juego o sin centrarse en los que tiene.
Cooperación con acuerdo sobre las reglas, aunque estas siguen siendo vagas.
Codificación de las reglas, que deben respetarse si uno desea formar parte del juego (Moisés con las tablas de la ley o Jesucristo).
¿Y qué tiene que ver un juego con la realidad? Por si no ha quedado lo suficientemente claro, Jordan Peterson contesta: “La construcción del juego, jugar y modificar, es una forma de práctica para la actividad del mundo real. A medida que los juegos aumentan en complejidad, de hecho, cada vez se hace más difícil distinguirlos de la actividad del mundo real” y también “El pensamiento abstracto en general, y el pensamiento abstracto moral en particular, es juego: ese juego del «¿Y si… »”
De modo que el hombre moderno, para encontrar un nuevo modelo a seguir emprende una búsqueda de sustitutos para esa figura arquetípica que representaba Cristo. Sin embargo, de forma paralela a este proceso de rechazo del cristianismo, y debido a este rechazo de las religiones tradicionales, se ha desarrollado una demolición de los principios occidentales. Esta demolición, iniciada por el racionalismo pero continuada por el postmodernismo, ya no ve la igualdad ante la ley, la presunción de inocencia, la libertad individual o la propiedad privada como principios loables, sino que los clasifica como instituciones o valores que garantizan una determinada estructura de poder dentro de un sistema de opresión. Así, no es el individuo quien está hecho a imagen y semejanza de Dios, sino el colectivo.
Así pues, el nuevo modelo a seguir debe estar adaptado a los nuevos tiempos, y puede proceder de dos figuras distintas que no son incompatibles: el mesías o el mártir.
El mesías es ese salvador que viene a la tierra a enfrentarse para sustituir el viejo sistema por uno nuevo a partir de su enfrentamiento con lo desconocido, tal y como hemos explicado anteriormente. Aún hoy no es raro ver la clásica camiseta con el rostro del Che Guevara siendo exhibida con orgullo. Él también era una figura mesiánica, pero el tiempo ha pasado, y para el hombre moderno los nuevos mesías son personajes como Joe Biden y Kamala Harris, que vienen a derrocar al tenebroso sistema patriarcal, supremacista blanco, heteronormativo, cisgénero y, para colmo, capitalista. El hombre moderno no sabe nada de Harris, pero como es mujer y negra algo bueno tendrá, y de Biden ni idea, pero al menos no es Trump y los medios hablan bien de él. Eso es suficiente para la doctrina progresista. Mesías es además Greta Thunberg, que ha llegado para salvar a la humanidad del apocalipsis climático. También son mesías todos aquellos millonarios famosos, que exhiben su superioridad moral a través de las redes sociales y que tienen la capacidad de condicionar el comportamiento de sus millones de seguidores. El hombre moderno no tiene unas opiniones o un modo de vida por haber seguido una reflexión concienzuda y un análisis objetivo de los hechos, sino porque se lo dicen Miley Cyrus, Taylor Swift o el reparto de Los Vengadores.
El mártir, por otro lado, es una figura curiosa. Su influencia solía radicar en la firmeza con la que defendía unas convicciones expresadas con anterioridad a su martirio y que producían su muerte. Ni siquiera la mayor amenaza de todas podía alterar la defensa de sus principios. Ahora no. En una época en la que el coraje es tan solo de cara a la galería, la naturaleza del mártir es distinta. Ahora su importancia radica en una significación que se le atribuye a posteriori. Primero muere y luego se adapta el suceso al relato ideológico que se quiera transmitir. Y así es como vemos murales y estatuas erigidas en honor de George Floyd, un criminal con adicción a las drogas; disturbios de Black Lives Matter por disparos de la policía a Jacob Blake, un violador reincidente; o el apoyo de decenas de figuras públicas de ambos bandos del espectro ideológico a Juana Rivas, condenada por secuestrar a sus hijos durante 14 meses y separarlos de su marido. Según el hombre moderno, Juana Rivas es una mujer víctima de la justicia patriarcal; para mí, a riesgo de que se me acuse de tradicionalista, es una delincuente.
Hasta el lector menos avispado se habrá percatado de que ni los nuevos mesías ni los mártires de la modernidad son precisamente ejemplares. Ni los actuales ocupantes de la Casa Blanca ni las altas esferas del entretenimiento americano tienen precisamente una moral intachable. Por si hacía falta decirlo, además, ni un anciano senil y una política corrupta son comparables a Jesucristo, ni unos vulgares delincuentes son equiparables a Santo Tomás Moro o a Edith Stein.
Decíamos antes que los progresistas que profesan la religión de lo políticamente correcto sintieron repulsión por el tuit de la actriz Gina Carano porque colocaba ante sus ojos un espejo en el que verse reflejados. Hitler, Lenin o Mao — a quien su Libro Rojo le servía de Sagradas Escrituras — también fueron figuras mesiánicas. El verdadero drama de la Alemania nazi no fue que unas personas malísimas hicieran cosas malísimas, sino que personas normales y corrientes, gente común como tú y como yo, cometieron las mayores atrocidades que la mente humana pueda imaginar. La realidad se parece mucho más a “El señor de las moscas” de William Golding que al discursito buenista con el que se ha educado a estas dos últimas generaciones. Y esto es precisamente lo que señala la publicación de Carano, y es precisamente lo que detestan los progresistas, porque, como ya hemos señalado, cuando Adán se percató de su desnudez, corrió a esconderse, y cuando Caín se percató de su inferioridad con respecto a Abel, se llenó de un resentimiento y una rabia que le hicieron matar a su hermano.
Gina Carano fue atacada, censurada, excluida socialmente y despedida de su trabajo porque el hombre moderno no soporta la idea de que el mal que sufre no sea culpa de “la sociedad” o “el sistema”, sino que sea responsabilidad suya.
Caín no quiso mejorar aunque Dios le concediera la oportunidad. La oportunidad de enfrentarse a su yo condenado por el pecado original y decidir que, antes que culpar a su hermano de sus desdichas, podría responsabilizarse de su propia vida y solucionar sus desgracias. Así es como se evita repetir el experimento genocida del siglo XX. Así es como se deja de intentar sustituir un conocimiento religioso sustentado en milenios de sabiduría acumulada y civilización por una ideología de hombres arrogantes.
Gina Carano fue cancelada porque el hombre moderno no quiere que sepamos cómo Caín asesinó a Abel.



